Capítulo 31: El fantasma de Arturo

Sebastián

La figura de mi padre, Arturo Belmonte, recortada contra las luces del porche, era un golpe demoledor. No era el fantasma que mi madre me había forzado a aceptar, sino un hombre de carne y hueso, perfectamente conservado, con la arrogancia intacta y el cinismo de un criminal que había escapado a la justicia durante décadas.

Mi madre, Doña Elena, estaba exultante. Había usado su exilio para encontrar la pieza que me faltaba y así, retomar la guerra desde una posición de poder absoluto.

—¡Sebastián! ¡Mi hijo! —dijo Arturo, extendiendo los brazos como si regresara de un simple viaje de negocios.

—¿Cómo... cómo entraste? —pregunté, mi voz apenas un gruñido.

—Oh, mi querido hijo. Los códigos de seguridad Belmonte son cosa de familia. Y tu madre, Elena, siempre ha sabido que el único lugar donde me siento seguro es en mi propia casa.

—¡Guardias! ¡Arrestad a este hombre! —ordené, la rabia hirviéndome.

Los guardias se movieron, pero Doña Elena intervino con una autoridad renovada.

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