53. JARDINES
De mala gana, Dolores me trajo las cosas para el desayuno, murmurando quejas entre dientes que solo me hacían reír aún más. Estábamos inmersas en esta cómica disputa cuando una voz urgente resonó en la distancia, interrumpiendo nuestra pequeña contienda matutina.

—¡Dolores, Dolores! ¿Has visto a Ángel? —la voz de Sor Caridad vibró con un tono de ansiedad, lleno de preocupación.

Dolores no perdió tiempo en responder, su voz llevando un matiz de alivio mientras gritaba desde la puerta:

—¡Está conmigo, aquí en la cocina, señoritas! ¡Adelante! ¡Mírenla, está muy bien! Aunque es terca como una mula, miren dónde decidió sentarse, en la cocina como una simple sirvienta. Pero, créanme, por la cantidad de comida que ha devorado, está más que bien.

Con un aire de orgullo evidente, Dolores señalaba hacia mí mientras explicaba cómo había sido mi elección sentarme en la cocina y cómo ella había sugerido que lo hiciera en el comedor, como correspondía a la dueña de la casa.

—¡Deja de protestar,
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