Munira supo por Fausto que su Señora pasaría la noche en la habitación de Tabar. Pero el recado de Fausto no fue más que una confirmación de los rumores que corrían de boca en boca entre los pasillos de la fortaleza luego de que Ada y su acompañante visitaran los aposentos del Señor de los Dragones. Las sirvientas cuchicheaban sin decoro acerca de la humillación que la Superiora había sufrido al querer irrumpir en la privacidad de su Señor. El regocijo se mezcló con cierta preocupación en las entrañas de Munira.
“Esa muchacha es menos inteligente de lo que cree, pero más de lo que el ingenuo de Tabar se imagina. Me alegro de que al fin haya tenido la pelotas de ponerla en su lugar pero provocarla no nos traerá nada bueno…”
Intentó que su natural tendencia al pesimismo no la distrajera de ese pequeño triunfo. Liberada de sus labores nocturnas en el Cuarto Blanco, decidió que podía ser útil en otras tareas del castillo. Desando el camino hasta la lavandería donde dio una mano a las lava