Tabar no entendía lo que pasaba por su cuerpo ni por su mente. Sentía que perdía poco a poco la voluntad de resistirse frente a sus más bajos instintos cuando arrastró a Zarah hacia él, sentándola sobre sus piernas. Al sentir la suave piel dorada rozar contra su cuerpo caliente, supo que estaba perdiendo la cordura. Cada emoción que lo invadía era más intensa que la anterior. El deseo, pero también la frustración, la curiosidad. Y aún así nada de eso le importó al ver que Zarah parecía igual de inmersa que él en el mar de emociones que estaba ahogándolos a ambos.
—Eres tan… insoportablemente hermoso. Te detesto.
Esa dulce confesión tomó a Tabar por sorpresa, pero no más que el intenso beso que la siguió. Deslizó su mano por la espalda de Zarah, dibujando la línea de su columna hasta descender hacia las nalgas. La sintió temblar sobre él cuando atrapó la carne entre las manos ásperas.
No comprendía muy bien cómo había logrado deshacerse tan repentinamente de esos miedos que lo agobiab