Zarah enredó los dedos en las sábanas, pobre intento de aliviar los espasmos a los que su cuerpo se entregaba con cada roce de las manos de Tabar. Sintió su sangre cosquillear, su piel erizarse, cuando el aliento de su esposo le acarició el vientre. Los labios descendían con tal lentitud que el placer se convertía en un dulce castigo.
—Debes decirme si deseas que pare— La frase se perdió entre los muslos de Zarah.
—Solo... sigue... —Las palabras parecían fugarse de sus labios, tomando la forma de una respiración arrítmica y agitada.
La lengua de Tabar se tomó su tiempo para recorrer la piel caliente y húmeda, mientras sus dedos comenzaban a explorar la profundidad de aquel abismo donde deseaba zambullirse con desesperación. Un gemido, mezcla de dolor y anhelo, hizo parar a Tabar su gentil tortura.
—¿Estás segura de que quieres que siga? Te oigo quejarte bastante... —Incluso con los ojos cerrados Zarah pudo percibir una sonrisa burlona dibujarse en los labios de Tabar. Enredó los