Zarah se zafó del agarre de su esposo. Se aferró al borde de la bañera con intención de levantarse. Deseaba marcharse a sus aposentos antes de que la rabia o la tristeza la obligaran a soltar siquiera una lágrima. Pero antes de que pudiera ponerse de pie sintió los brazos de Tabar atrapando su cintura como una cárcel.
—Espera... —La voz salió como un susurro ahogado. —Déjame explicarte.
—¿Sabes que? No me interesa.— Escupió las palabras mientras hacía un esfuerzo inútil por escapar de su encierro. —Ahora todo tiene sentido... Lo que decían las sirvientas. No puedo creer que por un segundo...
—¿Qué decían las sirvientas?
—Por favor, como si no la hubieras escuchado mientras cuchicheaban que no te había dejado satisfecho y habías vuelto a tus aventuras con Ada...
—Las sirvientas dicen cientos de barbaridades por día. Ada sólo me trae el té…
—¿Ah sí? Dime entonces, Señor de los Dragones ¿Desde cuando tu fiel sirvienta "te trae el té"?
Tabar dudó unos segundos, haciendo c