La nieve había arrasado con crueldad sobre las poblaciones más indefensas. Nadie esperaba que el invierno se presentara de forma tan repentina. Tabar recorría los campos externos a la gran muralla de la capital. Su yegua apenas lograba avanzar a causa de los fuertes vientos y no podía ver más allá de un par de metros por la intensidad con que la tormenta azotaba sobre las explanadas.
Maldijo entre dientes cuando tuvo que aceptar que no había mucho más que hacer, si seguían allí más tiempo incluso ellos quedarían perdidos entre la nieve. Indicó entre gritos a sus guerreros que volvieran al castillo, miró una última vez sobre su hombro con la esperanza de divisar algo entre la nevada pero no logró distinguir ni siquiera los ladrillos negros de las casas entre la cruel ventisca. Las puertas y ventanas de las casas estaban ahora cubiertas por un impenetrable manto blanco haciendo imposible para cualquiera entrar o salir.
“Vahid te pido que protejas a mi gente, cuida de aquellos que sig