Una de ellas se acerca a la cama arreglándola con movimientos precisos, la otra se acerca al tocador separando pinceles y brochas, mientras que la primera mucama ha desaparecido de mi campo de visión.
—Todo está listo para su baño, señora —dice apareciendo, sin mirarme directamente se acerca suavemente a mí, mientras retira el collar de mi cuello. Mientras hace eso las otras dos se acercan como si se aseguraran que no pueda escapar.
Cada una de ellas se coloca a mi alrededor dejándome libre únicamente el camino al baño libre.
—Debería darse prisa mi señora, al señor no le gusta la espera
No respondo, solo me limito a observar, puedo ver el vapor ascendiendo y oler el aroma suave del jabón caro mezclado con flores. Aunque no quiero obedecer a Alonso, decido que es más fácil escapar si creen que soy “sumisa”.
Asiento mientras comienzo a caminar con dirección al baño mientras que las mucamas se quedan atrás dejándome sola, sé que realmente no me dejaran sola, se que están cerca ya que puedo ver sus sombras en el piso. Aun así, cruzar la puerta del baño me da una falsa sensación de intimidad.
El baño está cubierto de mármol blanco, elegante y pulcro. En una esquina, la tina humea, llena de agua caliente y pétalos flotando. A un lado, hay un pequeño banco de madera y una bata blanca. Todo está meticulosamente preparado.
Decido entrar a la tina mientras pienso en una forma para salir de aquí.
Hay dos cosas que necesito para escapar; confianza y una oportunidad. Hace tres años logre escapar de Alonso escapando por la ventana de la habitación, pero ahora eso no funcionará, ahora tengo mucamas, tal vez incluso cámaras.
Mi mejor oportunidad para escapar será ser obediente y sumisa, dos cosas que nunca han sido mi especialidad.
—Solo espero que sea más fácil escapar de las mucamas que del rey —murmuro tan bajo que ni yo misma estoy segura de haberlo dicho.
El vestido azul se ciñe a mi cuerpo resaltando mis curvas —curvas que ni siquiera sabía que tenía—, hace que me vea elegante, como si de verdad perteneciera a este lugar, la tela es delicada, suave y sobre todo fina, demasiado costosa para mí, mis brazos están al descubierto al igual que mis hombros, tengo el cabello planchado con pequeñas ondulaciones y la cadena ya no cuelga de mi cuello.
El maquillaje es sutil pero perfecto: labios pintados de un tono suave, pestañas largas y oscuras, mejillas ligeramente sonrojadas.
—Hermosa— murmura una mucama, detrás de mí, aunque no hay emoción real en su voz — al señor le gustara.
“A mí no me gusta” pienso viéndome en el espejo, no me gusta porque no me reconozco, la persona en el espejo ni siquiera parezco yo, el vestido es hermoso, no lo niego, pero nunca me hubiera puesto un vestido y tacones soy más una persona que prefiere los pantalones y los tenis.
La persona que esta en el espejo es solo una muñeca decorada y lista para la exhibición, no, soy algo peor… soy solo una esposa de exhibición.
— El señor está esperando — dice una mucama haciendo un pequeño gesto con la mano para que la siga.
Las otras dos mucamas se colocan a mi lado fingiendo ser mis escoltas en lugar de sirvientas, no hay amabilidad en sus movimientos, solo precisión, camino en el medio.
Avanzamos por un largo pasillo de mármol decorado con cuadros antiguos y candelabros encendidos, todo brilla, todo es perfecto y todo es falso.
Al final del pasillo hay una pequeña antesala, donde me indican que espere, al parecer “el señor” no está listo para mí.
Me acomodo en una silla, cruzando las piernas como me enseñaron, con las manos sobre el regazo y la espalda recta, tomando mi papel de “sumisa”. Un adorno más en esta sala lujosa y silenciosa. Las mucamas no me miran, pero tampoco se alejan. Son sombras a mis costados, atentas al más mínimo movimiento, y, sin embargo, no lo notan.
Frente a mí, un ventanal cubierto por una cortina translúcida deja entrar una luz suave, casi plateada. Al principio creo que es solo un ventanal más —como todos los de esta casa enorme que parece una jaula de oro—, pero cuando la brisa mueve la tela, veo que no es solo cristal… hay un marco metálico… una hendidura. Me inclino un poco, solo lo suficiente para no parecer ansiosa, y entonces lo confirmo.
Es una puerta corrediza.
Está apenas entreabierta, como si alguien la hubiera usado recientemente. Desde aquí, puedo ver la tenue silueta de un camino empedrado, flores alineadas con obsesiva precisión y, más allá, la línea de árboles que marcan el inicio del jardín trasero. Y más allá, el bosque.
Recuerdo ese bosque, lo recuerdo perfecto, hace tres años salte por la ventana de la habitación con el corazón martillándome en el pecho, recuerdo como me lastime el tobillo, aun así, corrí, escape por ese mismo bosque, lastimándome los pies por las ramas, rasguñándome los brazos, mientras escuchaba a la distancia el caos que se generaba por mi culpa.
Mis dedos se enrollan en la silla, por un segundo, siento que tengo la oportunidad correcta para escapar.
Conozco muy bien ese camino, no necesito un mapa ni planes, solo tengo que atravesar el jardín, pasar los rosales, y llegar hasta la reja oxidada —esa que nadie repara porque nadie cree que alguien se atrevería a cruzarla y realmente nadie lo haría, al menos que desee desaparecer—, podre escapar, otra vez yo sola con el bosque.
Sin alonso, sin collares, sin mucamas ni vestidos ridículos.
Me agacho un poco cuidando mi movimientos mientras me quito poco a poco los tacones de punta que me obligaron a usar. Desabrocho primero mi tacón derecho, dejándolo sobrepuesto para continuar con mi tacón izquierdo.
Con ambos tacones desabrochados coloco mis pies descalzos sobre el piso, las mucamas a mi alrededor permanecen inmóviles.