El rostro de Zair era todo un poema. La escuchó hablar. Su voz era igual a la de sus recuerdos, solo que más madura y segura.
—¿Sorprendido? —Se zafó—. Tu madre fue con la misma bruja que te dio ese hechizo para también lograr que quedara muda. Cada vez que ella iba a verme me daba unas pastillas para que hablara y luego dejara de hacerlo.
—Perdóname, por favor.
—Deja de decir «por favor». —Se abrazó—. Nunca cambiarás por nadie, menos por mí. —Se sentó en el sofá—. Nunca quitaste ese prostíbulo que tenías en tu casa.
—Yo lo quitaré por ti. Haré todo lo que me pidas. —Se arrodilló delante de la humana en modo de sumisión—. No tenía idea de lo que mi madre te hizo. Me siento mal y…
—¡Nos grabaste teniendo sexo! —Quiso e