80. Ecos del pasado.
Entre varios hombres tomaron a Máximo y lo levantaron del suelo. Pero, a pesar de lo que yo pudiera haber imaginado, su expresión no era de rabia ni de miedo. Tenía una extraña expresión de serenidad que me asustó.
Aún no había logrado recuperar la compostura; seguía temblando mis rodillas. El arma que Máximo había sostenido en la mano fue arrancada de su brazo por completo, mientras lo esposaban por la espalda.
— Saben que esto no se va a quedar así — nos dijo a Santiago y a mí.
— Pues lamento informarte — lo interrumpió mi hermano — que sí, así se va a quedar.
Y luego lo tomaron con bastante dureza; lo lanzaron frente a la patrulla de policía y comenzaron a revisarle todo el cuerpo. Pero el arma que había llevado era lo único que tenía consigo. Luego lo metieron en la camioneta y aceleraron a toda velocidad por la calle.
Pude ver cómo sus ojos claros se posaban sobre mí hasta que la camioneta se perdió por completo.
Arturo se volvió hacia donde estábamos. La forma en la que me