Julie estaba sentada en un rincón, con las rodillas pegadas al pecho cuando Bastian volvió. Venía con una taza en la mano, el vapor denso escapando de ella como un presagio. El olor amargo del té llenó la habitación, mezclándose con el hedor del encierro.
—Tómalo —ordenó, tendiéndole la taza con una sonrisa torcida.
Julie lo miró con los ojos enrojecidos, el corazón golpeándole las costillas. Sabía que esa bebida no traía nada bueno. Movió la cabeza en un gesto de negación, abrazándose con más fuerza el vientre.
—No —susurró, con un hilo de voz—. No voy a tomar eso.
La sonrisa de Bastian se borró en un instante. La tomó del brazo con violencia, la levantó del suelo y le estampó el puño cerrado en el rostro. El golpe reventó la comisura de sus labios, haciéndola caer de rodillas. El sabor metálico de la sangre se expandió en su boca como una maldición. Se sentía en un laberinto sin salida.
—¡Maldita zorra! —escupió él, inclinándose sobre ella—. Te dije que lo tomaras.
Julie se limpió