Las luces violetas seguían girando en el techo, los cuerpos aceitados aún estaban congelados en mitad del show, y los billetes falsos flotaban como mariposas en el aire, cayendo entre piernas marcadas y sonrisas que empezaban a desvanecerse.
Alisson tragó saliva. Lenta. Como si pudiera frenar el tiempo con ese gesto.
Christopher la miraba fijo. No parpadeaba. Las venas del cuello marcadas. La quijada apretada como si estuviera conteniéndose de algo peor.
«Mierda…», pensó Alisson. «Ni siquiera pestañea».
—¿Qué… —empezó Ryan con la voz ronca, sin moverse del marco de la puerta— …m****a están haciendo ustedes?
Julie escondió los billetes tras la espalda. Torpe. Como si eso pudiera borrar la escena.
—Ryan… —intentó decir, pero la mirada de su esposo la hizo cerrar la boca.
Elizabeth, de pie con la chaqueta de uno de los guardaespaldas en las manos, lo soltó como si quemara. Se pegó al sofá como una niña atrapada en pleno acto de rebeldía.
Michael entrecerró los ojos. Lento. Su muje