La expresión de la mujer fue de indignación y sorpresa, pero se repuso, se encogió de hombros y me saludó con un beso en ambas mejillas.
—Claro que no me molesta —aseguró en tono venenoso—. Eloísa, cariño, ya quería conocerte.
—Mucho gusto señora…
—Dime Betty —hizo un gesto con la mano—, tampoco se requiere tanta formalidad. Ya te quería conocer.
Para juzgarme y criticarme seguramente. Su mirada viajó desde mi cabello hasta mis zapatos, para no sentirme como un insecto me senté rápidamente.
—Igualmente, eh… Betty.
—Ah, el anillo —sin pedir permiso, tomó mi mano y admiró la argolla—. Tardó tanto tiempo en escogerla, pero mira, te queda divino… Aunque a estas uñas les vendría mejor un color más claro.
Viví bajo el yugo de las apariencias y las miradas juzgonas. No necesitaba que alguien me dijera de qué color pintarme las uñas o el pelo, tampoco qué tipo de maquillaje usar y esta reunión apenas empezaba y ya me estaba hartando.
—Tal vez usted debería convertirse en mi supervisora de ima