Fue entonces que me percaté de Anuar. Sus cejas fruncidas casi se juntaban para formar una sola línea, su mirada entre enfadada e irritada cayó sobre mí. ¿Estaba enojado porque no me morí?
Ahora que estaba consciente, me di cuenta de que seguía en camisón, instintivamente me iba a cubrir con los brazos, pero recordé de golpe a la chica secuestrada.
—La chica —jadeé— ¿Dónde está? —intenté ponerme de pie, pero me lo impidieron—. Se la llevaron.
La paramédico puso un termómetro de infrarrojo en mi frente, este soltó un pitido y le mostró la cifra de mi temperatura a la mujer, esta asintió y me miró, inexpresiva.
—No hagas esfuerzos —dijo suavemente—. Te revisamos, te pusimos oxígeno y no estás mal, pero inhalaste humo y necesitamos asegurarnos de que no hubo daño serio —colocó un oxímetro en mi dedo.
El oxímetro marcó 96.
—No, escucha —expliqué apremiante—. Era una chica, la secuestraron dos personas —Anuar me lanzó una mirada curiosa—. Tenía vestido rosa y una tiara.
—Eloísa —gruñó Anua