—Ya te había dicho que no tengo problema si quieres ver.
—Sí, sí, pero ahorita lo primero: Hay un testigo de la fiscalía y nadie sabe quién es.
Esperaba al menos un poco de consideración por su parte, podría fingir preocupación tal vez. En su lugar, escuché cómo abría y cerraba cajones tranquilamente.
—Eso es problema de los abogados.
—Podría cambiar el resultado —decirlo en voz alta lo hacía real—. ¡Podría terminar en la cárcel!
—No puedo hacer nada, tengo cosas de las que ocuparme —gruñó—. Si no…
—¿No irás al juicio?
Esta vez no me importó, me volteé, por suerte, ya estaba cambiado.
—Te dije que no esperaras cordialidad de mí.
—Tenía que saber —me justifiqué—. Pensé que era tu amante o no sé…Anuar, nadie merece perder a las personas que ama y te juro que no lo hice para lastimarte. De verdad lo siento por ti.
—Querías resolver el misterio, lo hiciste —se amarró la corbata frente al espejo—. Yo también lo siento por ti.
Nunca vi a Anuar como un apoyo real, pero al menos había un pape