No podía ser, ¿cómo que homicidio? No maté a nadie, eso no tenía sentido, tenía que hablar con papá, necesitaba hablar con los abogados, con quien fuera.
Una vez en casa, no tuve tiempo de hacer la llamada, pues Anuar me jaló bruscamente hasta encerrarnos en el estudio, Oscar quedándose afuera.
El rostro de Anuar era una máscara de ira, sus hombros cuadrados tan tensos y una vena en su cuello se marcaba tanto, que sentí que en cualquier momento iba a reventar.
—Explícame —siseó en un murmullo bajo—. No sabía que el juicio era por homicidio.
—No es homicidio —me excusé con voz sumamente chillona—. Siempre fue fraude, Rosa debió equivocarse.
Durante unos segundos nos quedamos mirando de frente, su rostro tan cerca del mío que sentí mis mejillas arder. Las aletas de su nariz estaban dilatadas, se movían con cada respiración cargada de amargura y me encogí lo más que pude. No sabía de qué era capaz ese hombre, pero en cuanto gritara, Oscar echaría la puerta abajo y tendría que defenderm