El tacto de su mano en mi brazo me paralizó. Era una sensación extraña, como si mi piel lo recordara antes que mi mente. Lo miré, confundida, asustada… y de alguna forma con una tristeza que no entendía.
—¿Quién eres tú? —pregunté, con la voz baja, apenas un susurro.
Sus ojos, inyectados de angustia y desesperación, se clavaron en los míos.
—Soy Eliot, Carolina… ¿no me recuerdas? Estamos casados. Tú eres mi esposa.
Mi corazón se detuvo por un instante.
—Pero… tú estás muerta. Se supone que estás muerta. Así que no entiendo nada de lo que está pasando…
Di un paso atrás. Sentí que el mundo giraba de golpe, como si todo lo que creía cierto se derrumbara bajo mis pies.
—Creo que me estás confundiendo con alguien más —dije con rapidez, con una firmeza que ni siquiera sabía de dónde sacaba—. Ya estoy casada… y tengo dos hijos.
Traté de soltarme, pero él no me dejaba. Me aferraba con una mezcla de miedo y desesperación.
—Carolina, por favor… —suplicó—. Tienes que escucharme. No sabes todo lo