Cassian tardó un poco más de lo razonable en salir del dormitorio al que había entrado que no siquiera era el que compartíamos. Lo podíamos escuchar perfectamente cómo abría y cerraba cajones, maldecía por lo bajo y, en un momento, incluso pareció tropezarse con algo.
Alana y yo estábamos en el sofá, copas en mano, tratando de calmar la risa con poco éxito.
—¿Crees que se está maquillando de la vergüenza? —preguntó Alana, con la copa a medio camino.
—Más bien creo que está buscando una túnica medieval con capucha. O mudarse a otra ciudad —respondí.
Justo entonces se abrió la puerta del dormitorio con una solemnidad digna de una obra de Shakespeare. Y ahí apareció Cassian Longford, el temido tiburón corporativo, CEO de una de las consultoras más influyentes de la ciudad… vestido con pantalones de chándal, una remera tres tallas más grande con el logo descolorido de Star Wars y pantuflas de reno.
Literalmente, pantuflas de reno. Con cuernitos. Que sonaban pof pof pof con cada paso.
—He