Stella, en el fondo, sabía que algo no estaba bien.
Desde la semana pasada, había notado un cambio en Julián, pero había ignorado las señales. Quizás por miedo. O tal vez porque, después de tantos fracasos, se aferraba a la esperanza de que, esta vez, sería diferente.
—Quizás tuvo un contratiempo con el auto, o sus papás se retrasaron, por favor llámalo —ordenó a Verónica, forzando una sonrisa que ya no le salía natural.
Verónica asintió y salió de la habitación con el celular en la mano. Afuera, el murmullo de los pocos invitados que quedaban era cada vez más evidente. Las sillas seguían dispuestas bajo el arco de flores, el altar esperaba vacío, y el aire se impregnaba con una mezcla de perfume y tensión.
Lo que nadie sabía era que, para Stella, ese día cambiaría su vida, pero no como ella había imaginado.
Una hora después, las primeras miradas de preocupación comenzaron a convertirse en susurros incómodos. Verónica regresó apresurada, visiblemente nerviosa.
—No puedo localizar a Julián, Stella. Su teléfono está apagado.
El corazón de Stella pareció detenerse. Un frío le recorrió el pecho y por un instante no pudo respirar. Trató de mantener la calma, pero su respiración ya era errática, como si su cuerpo supiera lo que estaba por venir.
—Debe estar en camino —murmuró, más para convencerse a sí misma que a su amiga—. Tal vez… tal vez solo está retrasado.
Pero la duda ya había echado raíces. Y el miedo crecía.
Entonces lo recordó. El cheque en blanco que le había entregado a Julián una semana antes. Lo hizo con confianza. Con amor. Porque pensó que iban a construir una vida juntos. Pero ahora, esa certeza temblaba.
Con manos temblorosas, abrió la aplicación bancaria.
Y el mundo se detuvo.
Saldo disponible: $0.00
Sintió un mareo, como si el suelo se moviera bajo sus pies. El estómago se le hizo un nudo. Todo el dinero. Todo lo que tenía en esa cuenta. Desaparecido.
—No… no puede ser —susurró, pálida.
Se había enamorado de una ilusión.
Con dedos entumecidos, marcó el número de Julián. Una vez. Dos. Tres. Nadie contestó. Insistió. Volvió a intentarlo. El mismo silencio. El mismo vacío.
Hasta que la pantalla del móvil parpadeó con una llamada entrante.
Julián.
—¿Julián? —contestó de inmediato, la voz quebrada.
—Ah, Stella. Justo iba a llamarte —respondió él, con una calma insoportable.
—¿Dónde estás? ¿Estás bien? Estoy preocupada…
—¿Preocupada? Qué ternura. De verdad, Stella, lo tuyo es de película.
—¿Qué estás diciendo?
—Solo te llamo para dejar algo claro. Ya no me busques. No voy a aparecer. No hay boda. No hay nada.
—¿Qué? ¿Estás… terminando conmigo por teléfono?
Julián soltó una carcajada cruel.
—¿Por teléfono? No, Stella. Te estoy abriendo los ojos. ¿De verdad pensaste que yo iba a casarme contigo? Por favor… ni borracho.
—Julián… no entiendo…
—Eres un mal chiste. Mírate. Siempre lo fuiste. Eres gorda, insegura, aburrida. ¿Sabes lo que era estar a tu lado? Una penitencia. No te soportaba ni cuando hablábamos por mensaje. Me dabas lástima. Y asco.
Stella se llevó la mano a la boca, temblando.
—Yo… te amaba…
—Y por eso te dejé usarme como billetera andante. Gracias por el auto, por las vacaciones, por los relojes. Y claro, por el cheque. Me saliste más rentable que un préstamo sin intereses.
—¡Cállate!
—¿Vas a llorar ahora? ¡Hazlo! ¡Llora! Es lo único que haces bien. Pero hazlo en silencio, que tu voz me revienta los oídos.
Stella apretó el teléfono con fuerza, sintiendo cómo se quebraba por dentro.
—Nunca… fuiste real —susurró.
—No, Stella. Yo fui muy real. El que nunca existió fue ese príncipe azul que te inventaste. Adiós, princesa. La fiesta se acabó.
Y colgó.
El silencio que quedó fue brutal.
Stella dejó caer el teléfono. La respiración le fallaba. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Cayó de rodillas, ahogada por una tristeza que no sabía cómo contener. El vestido de novia le pesaba como plomo. El velo le oprimía los hombros. Y las palabras de Julián retumbaban en su mente.
"Gorda. Patética. Asco. Llora. Me usaste."
Todo dentro de ella se rompió.
Se miró al espejo, pero no se reconoció. Ya no quedaba nada de la mujer ilusionada que se vistió esa mañana pensando que era su día especial.
Se levantó de golpe. Se arrancó el velo, lo tiró al suelo. Salió de la habitación sin rumbo fijo, con los ojos nublados. Bajó por la escalera, cruzó el jardín, caminó hasta la parte trasera de la finca. El vestido arrastraba hojas, tierra, ramas. Se descalzó. No sintió el dolor al pisar piedras. No sintió el frío. Nada.
Caminó hasta donde ya no se escuchaban las voces. Hasta donde el bosque se abría en silencio.
—No queda nada… —dijo, sin voz.
Si no era digna de amor, si ni siquiera con dinero alguien podía quedarse… entonces, ¿para qué seguir?
Todo se volvió oscuro.
El murmullo de la naturaleza se apagó. Los latidos se le aceleraban. Quería que el mundo desapareciera.
Un zumbido rompió el silencio. Un ruido lejano. Un motor.
Un auto venía a toda velocidad por la carretera cercana. El chirrido de llantas alertó a Stella justo antes del impacto.
¡Boom!
El golpe resonó como una explosión. Un auto salió disparado por una curva peligrosa y se estrelló contra los árboles. El estruendo la sacudió. El instinto se activó.
Corrió.
Corrió como si su vida dependiera de eso. Como si el corazón volviera a latir por una razón distinta al dolor.
Cuando llegó, el auto estaba humeando. Las puertas deformadas. Dentro, un hombre inconsciente, con un traje oscuro y el rostro cubierto de sangre.
—¡Ayuda! ¡Por favor, alguien! —gritó Stella.
Nadie respondió.
Se arrodilló, tiró de la manija, golpeó el cristal. Con un quejido, logró abrir la puerta. El humo la hizo toser. El rostro del hombre era joven, atractivo, pero deshecho por el golpe. Llevaba un anillo de bodas.
—No… no puedes morir —dijo, con lágrimas en los ojos.
Tiró de él. Lo arrastró hacia fuera. Su vestido se rasgó. Sus brazos sangraban. Pero no se detuvo.
Un segundo después, el auto explotó.
Ambos cayeron al suelo por la onda expansiva. El cuerpo de él sobre el césped. Stella, jadeante, temblando, abrazándolo como si fuera un salvavidas.
—Estás vivo… gracias a Dios.
El día que pensó que todo terminaría… fue el día que todo comenzó.