Unas semanas después, Mike se miró al espejo por última vez.
Su reflejo le devolvió la imagen de un hombre elegante, de rostro sereno y mirada decidida. El traje hecho a medida, los gemelos de oro, el reloj heredado de su abuelo. Todo estaba en su sitio. Un genio, lo llamaban en la industria cosmética. El hombre que desafió el envejecimiento con fórmulas revolucionarias. Pero hoy, sus pensamientos no estaban en ningún laboratorio. Hoy solo pensaba en ella.
La boda se celebraría en el Ocean House, uno de los hoteles más exclusivos de Newport, con vista directa al mar. Una joya arquitectónica de fachada blanca y columnas clásicas, rodeada por la brisa marina y el murmullo de las olas. Era, sin duda, el escenario perfecto.
Los invitados ya comenzaban a llegar: empresarios, celebridades, viejos amigos de familia. La ceremonia tendría lugar en la terraza principal, decorada con flores blancas, telas de lino y luces cálidas que comenzaban a encenderse con la caída del sol. Todo había sido planeado al detalle para que ese día fuera inolvidable.
Mike ajustó su corbata, pero la inquietud lo apretaba por dentro. Algo no encajaba. Desde hacía unos días, una sensación extraña lo rondaba. Como si todo fuera… demasiado perfecto.
—¿Listo para el gran día, hijo? —le preguntó su padre, dándole una palmada en el hombro.
Mike asintió con una sonrisa débil.
—Listo. Solo espero que Eva no se arrepienta a último momento.
Lo dijo en tono de broma, pero su estómago ya se estaba anudando.
Mientras los minutos pasaban, el ambiente en la terraza cambió. La orquesta tocaba música suave, pero las conversaciones se diluían en miradas nerviosas. Mike consultó el reloj una, dos, tres veces. Luciana, su madre, lo observaba desde la primera fila, inquieta.
Y entonces, el coordinador del evento se acercó.
Tenía el rostro pálido y sudoroso. En las manos sostenía un sobre blanco.
—Señor Duque… le dejaron esto —dijo en voz baja.
Mike lo tomó, sin entender.
—¿Qué es?
Rasgó el sobre con dedos temblorosos. Una carta escrita a mano.
"Lo siento, Mike. No puedo hacerlo."
Cada palabra pesaba como un ladrillo sobre su pecho.
"No puedo casarme contigo. Eres un buen hombre, pero este no es mi lugar. No estoy lista para esto. No quiero dejar mi carrera ni arriesgar mi figura llenándome de hijos. Mi vida no es la que tú imaginas. Y lo más honesto es decirte esto ahora. No te amo. No de la manera que tú mereces. Lo siento."
El mundo se desmoronó en silencio.
Mike sintió que el aire se volvía denso, irrespirable. La letra seguía allí, frente a sus ojos, pero su mente ya no la leía. Solo escuchaba el zumbido sordo en sus oídos. Las últimas frases fueron un cuchillo:
"No quiero una vida de esposa tradicional. No quiero una familia. Quiero ser libre."
El murmullo entre los invitados creció como una ola. Mike alzó la vista. Las miradas, las cámaras, los susurros. Todos lo miraban. Todos sabían.
Luciana se puso de pie. Juan Miguel, su padre, se acercó con rapidez.
—Mike, ¿qué ocurre?
Él no respondió. Solo le tendió la carta y caminó entre la multitud, como un fantasma. No quería palabras de consuelo, ni explicaciones. Quería desaparecer.
Salió al exterior, cruzó el vestíbulo sin mirar a nadie y se acercó al auto familiar. El chofer intentó detenerlo, pero Mike le arrebató las llaves.
—No necesito que me lleves. Déjame solo.
Subió al auto y encendió el motor con violencia. El rugido del vehículo le retumbó en el pecho. Pisó el acelerador y se lanzó a la carretera sin rumbo, con los ojos ardiendo y el alma hecha trizas.
Las luces pasaban como destellos. El mundo entero parecía desdibujarse. El corazón le latía en los oídos. Aceleraba. Más. Más. Como si pudiera dejar atrás la humillación, el ridículo, el vacío.
Las lágrimas lo cegaban. La rabia lo impulsaba. Lo amó con todo, y ella lo había dejado frente a todos. Como si no valiera nada.
Una curva cerrada apareció sin aviso. Mike giró el volante, pero el auto derrapó. El control se le escapó de las manos.
El auto voló por el borde del camino.
Todo se volvió negro.
A pocos kilómetros, Stella Hampton se miraba en el espejo de su vestidor. El vestido blanco, sencillo pero elegante, caía sobre su figura con naturalidad. No había querido que la maquillaran demasiado. Quería verse como siempre. Como era. Julián se había enamorado de ella así, ¿no?
La ceremonia se celebraría en los jardines de su mansión familiar, frente a la fuente principal. Todo estaba preparado: los arcos florales, las sillas blancas, el altar. Los empleados de la casa se movían de un lado a otro, ultimando detalles.
Pero algo estaba mal.
Julián no había llegado. Tampoco sus padres. Y ya era hora.
El reloj avanzaba. Stella empezaba a sentirse inquieta. Recordó su sonrisa de los últimos días, pero también sus evasivas. Sus silencios. El cambio en su mirada. ¿Y si…?
—¿Estás lista? —preguntó Verónica desde la puerta.
—¿Ya llegó? —Stella sintió un vuelco en el estómago.
—No —dijo su asistente, con el rostro sombrío.
Stella apretó los labios. El nudo en su garganta crecía. Miró hacia el espejo. Su reflejo parecía otra mujer. Una que no sabía si estaba a punto de casarse… o de ser destrozada.