El comedor "pequeño" seguía siendo más grande que el salón principal de la casa de sus padres. Una mesa de caoba bruñida para doce comensales reflejaba la luz de una araña de cristal de Murano, creando destellos que parecían danzar sobre las paredes forradas de seda color borgoña. En un extremo de la mesa, tan lejos el uno del otro que habrían necesitado hablar a gritos para oírse, estaban puestos dos servicios de porcelana fina y cristal tallado. Una escena de opulenta soledad.
Alexandra llegó puntual, sintiendo el crujido de sus sandalias de tacón bajo sobre el parqué como la única declaración de su presencia. Se había puesto un vestido sencillo de algodón azul marino, intentando encontrar un equilibrio entre la elegancia que se esperaba de ella y su propia comodidad. Se sentó en la silla que un mayordomo silencioso le indicó, sintiendo el peso del espacio vacío a su alrededor.
Minutos después, Adriano entraba en la estancia. Cambió el traje de negocios por unos pantalones oscuros y