El sol filtrado entre los troncos del bosque era más tenue de lo habitual. El canto de los pájaros marcaba el inicio de la mañana, y aunque todo parecía tranquilo allá afuera, lo que más capturaba mi atención estaba dentro de estas cuatro paredes: ella.
Ava se movía con torpeza mientras buscaba su ropa. El largo de su cabello caía sobre su rostro mientras evitaba mirarme directamente. Después de todo lo que compartimos la noche anterior —la pesadilla, mi confesión, la intimidad silenciosa de una madrugada compartida—, creí que las cosas entre nosotros serían diferentes. Más suaves. Más fáciles.
Pero la realidad era que Ava aún estaba luchando. Con sus emociones. Conmigo. Con el pasado.
Y no la culpaba.
—Puedo preparar algo de desayuno —dije mientras me ponía una camisa de lino.
Ella asintió con una pequeña sonrisa, aunque no dijo nada. Apenas una mueca, pero su mirada estaba en el suelo.
Bajé la voz mientras reunía lo necesario cerca del fuego.
—Hay huevos, pan, algunas bayas que reco