La Prisión de Plata y el Fuego de la Venganza
El frío de la celda me calaba hasta los huesos, un tormento físico constante que se sumaba a la angustia de mi alma. Pero no era el único suplicio que me consumía. Incluso en la oscuridad más densa, sentía una presencia que me revolvía las entrañas. Amaya estaba cerca. Su esencia, densa y cargada de una arrogancia tóxica y un desprecio helado, se sentía como un veneno que inundaba el aire, asfixiándome. Podía casi saborear su presencia, amarga y repulsiva.
Sabía que ella vendría. Siempre venía. Amaya, la prometida de Cael, la mujer que una vez representó su futuro, su plan, su futura reina. La misma que, con su traición, había desmantelado nuestras vidas y nos había arrebatado la libertad. Su perfidia era una cicatriz abierta en mi alma.
La puerta de la celda se abrió con un chirrido cruel, un sonido que laceró el silencio y el poco aire que había, y allí apareció, envuelta en una aura de poder y superioridad que casi podía verse. Sus oj