El eco de la traición y el vínculo inquebrantable
Despertar en la oscuridad, con el tacto glacial de la plata encadenando mis extremidades, fue mucho más que una tortura física; fue una brutal agresión a mi espíritu. El metal frío quemaba mi piel con una intensidad insoportable, recordándome que la derrota, en este mundo cruel, no solo era una posibilidad, sino una realidad palpable que exigía un precio. El frío húmedo de la celda se filtraba por mis huesos, envolviéndome en una capa gélida de desesperación, un recordatorio constante de la sombría verdad. Lentamente, mis párpados se abrieron, permitiendo que mis pupilas se ajustaran a la penumbra opresiva que me rodeaba. El aire, denso y viciado, estaba cargado de humedad, y un persistente y repugnante olor metálico invadía cada rincón de mi ser, asfixiándome con su presencia.
Sentí las cadenas apretándome con fuerza despiadada, mis muñecas y tobillos oprimidos hasta el dolor por el peso inerte del metal. Pero, sorprendentemente, no