El silencio que siguió a la salida de Liam fue más estridente que cualquier ruido. Clara permaneció en el suelo, abrazándose las rodillas, temblando de manera incontrolable. La sensación de los dedos de Liam en su piel era un fuego frío que no se apagaba. Se frotó el brazo con fuerza, intentando borrar la huella, pero solo consiguió enrojecer la piel. La humillación era un sabor amargo en la boca, mezclado con un alivio cobarde que la hacía sentirse aún más sucia.
No supo cuánto tiempo pasó antes de que la puerta se deslizara de nuevo. Esta vez, era Kael. Su rostro impasible no mostró ninguna reacción al verla en el suelo, con la ropa desaliñada y el rostro marcado por las lágrimas. En sus manos llevaba un maletín delgado de cuero negro.
—El señor John ha sido informado de su decisión —dijo Kael, con la misma neutralidad con la que anunciaba el menú del día—. Me ha enviado para formalizar el acuerdo.
Colocó el maletín sobre la mesa, lo abrió y extrajo un único documento. Era más grues