Capítulo 5 Virgen

Manejé por unos minutos, adoro esta ciudad, hay hoteles para parejas dispersos en todos lados y muchos de ellos de categoría, más allá del barrio en donde se hallen.

Entramos a uno que sabía que tenía estacionamiento privado por habitación.

Nadie nos vería.

Por mi lado estaba tranquilo, mi esposa estaba muy lejos y a ella tampoco le importaría tanto.

Entramos a la habitación, había un hall con unos coquetos sillones, luego había un puente con una cascada decorada con unas piedras enormes, eso era raro, del otro lado había un jacuzzi y al final estaba la cama, con un acolchado rojo, al igual que las cortinas.

Cómo un gran caballero, estaba aguantando mis ganas de saltar de ella y con mucha paciencia de mi parte, inicié una conversación casi amena, luego pedí en la pantalla táctil que se hallaba en la habitación, dos cafés y unos tostados.

Ella apenas comió.

Charlamos un poco más, me preguntó por mi viaje, si había sido tranquilo, me acordé de Vivián porque nunca me preguntaba cómo viajé o si estaba cansado.

Me senté a su lado, hasta ese momento estábamos sentados en sillones enfrentados.

Ella tenía puesto un vestido por arriba de las rodillas, no era tan ajustado como la minifalda de la última vez.

Ese atuendo era perfecto para estar en una oficina.

Le pasé un brazo por los hombros, ella apoyó su cabeza en mi pecho, está demás decir que me estaba controlando todo lo que podía.

Sabía que en cuanto comenzara a besarla, terminaríamos en la cama, lo ansiaba demasiado, pero no quería asustarla…

No sé por qué pensaba eso.

Le rocé los labios y sus manos en mi espalda hicieron que me recorriera ese fuego interno que sentí las veces que estuve con ella.

Abrí su boca con mi lengua, la besé desesperado, mis manos recorrieron todo su cuerpo, por arriba del vestido.

Dios, esta mujer me lleva a otro nivel ¿Qué tiene?

La senté sobre mí.

Sentí su vagina a través de la ropa, bueno, de mis pantalones, porque el vestido ya había quedado bastante subido.

-Sos hermosa.

Le dije con voz ronca, mientras mis manos tiraban del elástico de su tanguita, era pequeña y al tacto parecía de encaje.

Mi mano rozó su vagina, estaba tan húmeda, que no pude controlar un gemido.

Alice temblaba, pero no se separó.

Es la mía… comencé a desabrochar mis pantalones.

-Soy virgen.

Me dijo de repente, bajando la cabeza.

Dejé de besarla… saqué mis manos de donde estaban.

- ¿Virgen?

Pregunté asombrado, ni el témpano de mi esposa era virgen cuando la conocí.

Asintió con su cabeza.

Soy el primero en tenerla así, algo más intenso aún, se adueñó de mi sangre.

-Te prometo -sí, yo seguía prometiendo- que voy a tener cuidado y si te duele, paro, pero te juro que vas a estar bien.

Soy un hijo de puta, la tengo en mis manos, no es alguien a quién contrato, le estoy haciendo el novio, me está dando su virginidad y soy un hombre casado.

En ese momento no quise pensar, no sentía culpa por mi esposa, sí por Alice.

Le saqué el vestido, con cuidado, como desvistiendo a un bebé.

Estaba en ropa interior.

Tenía un cuerpo de lujo, no era curvilínea, sus curvas eran suaves, justas, como me gustaba a mí, era la mujer perfecta.

Me saqué los pantalones y me quedé con la camisa desabrochada y en bóxer, tenía una carpa en ellos.

Me acerqué suavemente, ya la tenía, unos minutos y estaría dentro suyo.

La llevé a la cama y le quité el corpiño, moría por esas tetas, bien paraditas, los pezones duros, ni sé en qué minuto me saqué la camisa y el bóxer.

Le bajé lentamente la tanguita, mientras iba dejando cientos de besos en su cuerpo, ella temblaba y a mí me encendía cada segundo más, mi lengua se depositó en su clítoris y ella lanzó un gemido intenso, parecía que tampoco había hecho ¨eso¨, la besé, pero no por mucho tiempo, me puse un preservativo, porque no sabía cuánto más podría aguantar.

Me subí, con cuidado, sobre ella, antes de penetrarla me entretuve en sus pechos, unos segundos, Alice arqueó su espalda, buscando más acercamiento.

Era sensitiva, yo estaba en un oasis.

La penetré, con todo el cuidado posible, nunca había estado con una chica virgen.

Me costó un poco entrar, mi miembro era grande y estaba duro como una roca.

Empujé, siempre con cuidado, hasta que sentí romperse algo, fue intenso lo que sentí, algo distinto, que no había sentido hasta ese momento.

Ella derramó unas lágrimas, involuntariamente.

-Ay, me duele.

Me quedé quieto unos segundos, pero mi pene latía como nunca antes, no podía controlarme por mucho más tiempo.

Seguí empujando y fui moviéndome de a poco.

Hasta que ella se relajó y bombeé más rápido, pero controlando mis movimientos, todo lo que podía, sentí llegar mi orgasmo, intenso como nunca antes había sido.

-Ahhh nena, me volvés loco.

Le comí la boca y mis manos apretaban su cuerpo, yo gemía sin parar.

Creo que le dolió un poco, ya no me pude enterar, el placer que me proporcionó fue tan grande que quería detener el tiempo en ese instante y detenerlo para toda la eternidad.

Salí de ella, había unas gotas de su sangre en las sábanas y en mi miembro.

Hasta estaba emocionado.

-Cielo, te adoro, gracias por darme tu virginidad… las próximas veces, la vas a pasar mejor.

Sus ojos claros brillaban como una estrella.

-Es que, desde el otro día, estaba esperando sentir lo que vos me hacés sentir…

Me confesó con algo de pudor.

M****a, es hermosa, sensible y me dice que nunca se sintió así por alguien más.

No, no sentí el más mínimo remordimiento, estaba listo para hacerlo de nuevo. 

Después de higienizarnos, volví al ataque, ella respondía a todas mis caricias, éramos puro fuego, porque Alice estaba más relajada y yo la estaba haciendo gozar.

Le besé cada centímetro de su cuerpo, sus gemidos erizaban mi piel.

Tampoco yo me había sentido así.

Llevé sus manos a mis testículos y le enseñé como acariciarme.

Sus suaves manos me hacían sentir en la gloria.

Detuve mi boca en su vagina, la lamí y la chupé hasta hacerla acabar en mi boca.

Casi me voy yo también.

Creí que iba a aguantar más tiempo, pero ella me hace hervir la sangre, me calienta como jamás lo hizo otra mujer.

La volví a penetrar y aunque seguía estando comprimido en su pequeño interior, pero estaba tan cálido y húmedo allí adentro, que era una sensación inigualable.

Le mordisqueé los pezones, le besé el cuello, el lóbulo de la oreja, la estaba volviendo loca de placer, lo sentía a través de sus movimientos y sus gemidos, de pronto sentí más apretado y el temblor de ella, que me indicaba que estaba próxima al orgasmo.

Sus manos se deslizaban por mi espalda, rozando mi piel con sus uñas.

Llegamos los dos a la vez, es que realmente hacía bastante que estaba aguantando, porque me encanta estar dentro de ella.

Fue tan intenso, que me llevo al paraíso.

Mis roncos gemidos, mezclados con los de ella, era la música que se escuchaba de fondo en la habitación.

Nuestras respiraciones seguían agitadas.

- ¿Estuviste mejor?

Le pregunté sabiendo la respuesta.

-Sí.

Me dijo tímidamente.

Adoro a esta mujer, marea mis sentidos.

Pasaron 15 minutos y yo quería más… mucho más.

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