Por Alberto
Subí a mi avión particular, llegué enseguida, ese pájaro fue una gran inversión.
No estaba apurado porque ansiara ver a mi esposa, creo que ni me acordaba de ella.
Sí extrañaba a mi hijo.
Aunque a veces me preguntaba si realmente era mío.
No se parecía demasiado a mí, tampoco a su madre, pero ella nunca me dio motivos para desconfiar, ni los busqué tampoco.
Yo no era un santo y no me iba a meter en terrenos que me comprometían.
Llegué a casa, mi esposa no estaba, estaría en un salón de belleza, o en alguna confitería elegante, luciendo siempre perfecta.
Mi chiquito largó lo que tenía en sus manos y vino corriendo para que lo alce.
Lo llené de besos, era una inocente criatura que no contaba con el cariño de su madre.
Estaba con una niñera, que por lo que pude ver, tampoco era muy cariñosa con él.
No quería que suplante a su madre, pero no le venía mal que recibiera besos, abrazos, o tal vez, algunos mimos y un poco de cariño.
Traté de hablarle del tema a la chica y sentí que me coqueteaba.
Eso no, en mi casa era el señor perfecto.
Eso me molestó, era una empleada contratada para atender exclusivamente a mi hijo.
-Señorita, si no está capacitada para la atención de un niño de dos años, le sugiero que busque otro empleo.
-La señora no está disconforme con mi desempeño, tal vez el señor quiera algo más…
-No podría estar más equivocada, está contratada para la atención pura y exclusiva de mi hijo.
-Disculpe.
Al día siguiente buscaría otra niñera.
Llegó mi esposa.
La miré, era realmente hermosa, distinguida, elegante, perfecta, su maquillaje era adecuado para la ocasión, estaba vestida siempre impecable, parecía una modelo de pasarela, sus curvas eran perfectas, su cara parecía de porcelana.
Sólo para lucirla, no inspiraba otra cosa que no sea llevarla del brazo para que desconocidos que me importaban una m****a, dijeran que suerte la de este tipo, que mujer bella tiene a su lado.
No se me acercó a darme un beso o saludarme.
Hacía tres semanas que no nos veíamos.
Me acerqué yo y le di un beso suave en los labios.
Eso era todo, con mi esposa no había más.
Recordé esa boca que me volvía loco, con ella no me hubiese conformado sólo con eso, la hubiera tomado en mis brazos y besado hasta quedarnos sin aliento, pero mi mujer no era Alice, no me movía nada, nada en absoluto.
Subí a nuestro cuarto, me di una ducha, el agua tibia me relajó un poco.
Cenamos mientras ella me contaba las actividades sociales a las que tendríamos que asistir juntos.
Yo solamente asentía.
No me preguntó cómo estuvo mi viaje, sólo si cerré el negocio pendiente.
Le conté que compré una casa, ella mil veces prefería un hotel, podría socializar más.
-Es que quiero tener perros y en un hotel no se permiten.
-Perros tenés en los campos, un montón de ellos.
-Pero me gusta sentirme acompañado.
-Como quieras.
Le hable de la niñera de nuestro hijo, mi mujer no sabía ni el nombre, por lo que le dio lo mismo cambiarla.
Nos llevamos bien con mi esposa, porque no hay nada entre nosotros.
Realmente somos socios y poco más que eso.
No tengo planes de separarme, somos la pareja perfecta.
Hacía una semana que estaba en Mendoza.
Realmente tenía ganas de sexo, no sé si era porque cada noche se me aparecía la carita angelical de Alice, o sus besos que me quemaban desde adentro, o simplemente porque hacía mucho tiempo que no estaba con mi esposa… nah… eso seguro que no.
Me acerqué a Vivián, mi esposa, la acaricié y ella lo permitió, no le dolía la cabeza, ni la cintura, ni nada.
La besé un poco más apasionado que de costumbre, le agarré el pecho, se seguía manteniendo en forma, a pesar de haber tenido a Fernandito y de sus 30 años.
Era hermosa… pero al intentar tener sexo oral me frenó.
-Si querés tener sexo, dale, pero no me estés babeando, sabés que no me gusta, lo hacemos y ya.
M****a, siempre igual, ni sé qué piensa cuando está conmigo.
Era un trámite para ella.
Recordé de pronto, la humedad que sentí a través de la tanguita de Alice, ¿Qué estará haciendo?
Su pecho, con los pezones parados me taladran la mente.
Me puse un preservativo y penetré a Vivián, quién apenas devolvía alguna que otra caricia.
Llegó mi orgasmo y tuve que morderme la lengua para no decir el nombre de Alice.
Me dormí sin intentar algo más, ya con una vez, tenía suficiente.
Vivián me hubiera rechazado si yo hubiera insistido en hacerlo de nuevo.
Yo creo que ella es totalmente consciente de que tengo amoríos en Buenos Aires.
Tampoco son amoríos, sólo contrato algunas prostitutas, o algún encuentro casual y ya está.
Yo siempre tuve el sexo como prioridad y Vivián no lo tendría ni en el número 10 de sus opciones.
Lo que me cambió la perspectiva fue conocer a Alice.
Tampoco sé si funcionaremos en la cama, a lo mejor todo se termina la primera vez.
Dejá de mentirte Alberto, me dije.
Tuve que quedarme tres semanas, porque algunos contratos se tardaron en firmar, un cliente que llegaba del sur y se retrasó, etc.
Yo quería volver a Buenos Aires como nunca antes.
Hacía más de 20 días que no veía a Alice, lo cual no debería importarme tanto, sólo la vi 2 veces en mi vida.
Lo cierto es que tenía ganas de ella, moría por estar con ella.
Mi ansiedad crecía conforme pasaban los días, quería apagar en ella el fuego que me provocaba, no quería alguna prostituta o a alguien más.
Apenas llegué a Buenos Aires, me reuní con el agente inmobiliario, firmé todos los documentos que faltaban, en una semana me entregaban la casa.
Era una buena inversión.
Contrataría a alguien que limpie y mantenga la casa, sobre todo cuando no estaba.
En el próximo viaje me traigo dos de los cachorros de manto negro, una de mis perras tuvo cría.
Eran de pura raza.
Me dediqué a hacer compras para mi nueva casa.
Compré algunas máquinas para mi gimnasio privado, el que pensaba montar y encargué muebles, camas, sillones, una mesa para el comedor, sillas, etc.
Tardaban una semana en entregarme todo, eso porque pagué todo por adelantado, ya sé que eso no suele hacerse, porque si tengo que reclamar algo, luego no iban a ser eficientes o les iba a importar ocho cuernos, pero la mayoría de las cosas las compré a través de un cliente, por lo que no creía tener problemas ni con las entregas ni con la calidad de los muebles.
Los electrodomésticos los compraría en el momento en que tuviera la llave de la casa.
Estaba apurado por vivir en una casa, sólo, o con mis perros.
Por la tarde del martes llamé a Alice.
-Hola hermosa.
-Soy hermosa, pero… ¿Con quién querés hablar?
Me dice una voz que desconozco.
Sonrío por la respuesta.
-Con Alice, por favor.
-Ya te comunico.
-Gracias.
-Si sos tan atractivo como tu voz, hacés una linda pareja con tu hermosa Alice.
Me reí, qué simpática era la chica que me atendió.
-Hola…
Ahora sí, era ella, la que me había quitado el sueño.
-Hola Alice, soy Alberto… volví, estoy en Buenos Aires.
- ¿Cómo te va?
Dijo bastante animada.
-Te quiero ver.
Le contesté sin perder tiempo.
-Pero en la semana se me complica.
Dijo acongojada y con algo de culpa.
- ¿Podés faltar a la facultad?
-Mañana, mañana puedo.
Me contestó con voz temblorosa
-Ok, te paso a buscar por tu trabajo, pasame la dirección, por favor.
Estaba ansioso por volver a verla, por besar su boca, por hacerla mía.
Sin embargo, tuve que esperar un día más.
Al día siguiente no podía manejar mi ansiedad, no entiendo lo que me sucede.
Durante el día hablé con algunos clientes y me ocupé de resolver algunas cuestiones sin importancia, mi mente no estaba para ocuparse de negocios.
Quince minutos antes del horario estipulado, ya estaba esperándola.
La vi salir charlando con una chica, antes de llegar a mi lado se saludaron y la chica se fue hacia el otro lado, pero antes me miró de arriba a abajo, estudiándome o queriendo hacer de mí un retrato, no lo sé.
-Hola…
Me dice Alice, tímidamente, ruborizándose, quizás sabiendo lo que iba a pedirle.
Ya te tengo, pensé.
Subimos a mi auto y vi sus manos estrujando la tira de su cartera y reprimí una sonrisa.
Moria por tomarla en mis brazos.
Antes de arrancar, le busqué la boca, era dulce como la miel, prolongué el beso hasta quedarnos sin aliento, ella me lo devolvió, adoro esa boca.
Arranqué porque si no iba a dar un espectáculo en la puerta de su trabajo.
- ¿Hoy tenés libre o faltás a la facultad?
-Falto…
Ella evitaba mirarme, estaría pensando lo mismo que yo.
-Ali... ¿Podemos ir a un hotel? Te prometo que no hacemos nada que no quieras, sólo es para estar más tranquilos, para charlar y conocernos más.
-Yo nunca fui a un hotel.
Lo dijo poniéndose colorada.
-Nadie te va a ver, te lo prometo.
M****a cuántas promesas, mejor deja de prometer, me dije.
-Pero si te digo que no quiero que… pase nada…
-Te lo prometo, dejo de besarte cuando vos digas.
Qué hdp que soy.
Me miró y su mirada penetró mi alma.