Ivette Russell
Fue un gran alivio llegar a la mansión y encontrarme con la melodiosa risa de mi hija impregnando las paredes del cuarto de juego.
—Oh, hijos.
El anciano se apresuró a recibirnos.
—¿Están bien? —Colocó sus manos en nuestros hombros—. Estuve todo este tiempo de manos atadas. Y me avergüenza reconocerlo, pero cuando intenté solucionarlo, ninguno de mis comodines quiso aceptar mi petición.
René y yo nos vimos a la cara.
—No se preocupe. —Fui yo quien rompió el silencio—. Estamos bien, gracias al cielo solo fue un susto. No pasó a mayores y ahora estamos en casa.
Miré por encima de su hombro, donde estaba mi hija, tirada en el suelo, con Clarissa a su lado.
»—Ahora, si me lo permite, me reuniré con mi hija.
Dejé a los dos Chapman para que hablaran a gusto, caminando directo hacia mi Tabby.
—Bebé, mira quien ha llegado —canturreó la muchacha, señalado con un peluche hacia mi dirección.
Llena de alegría y euforia, arrojó todo lo que tenía en sus manos, para salir a alcanzarme