Como los alcones

René Chapman

Volar nunca había sido un problema para mí, pero hoy me sentía particularmente ansioso.

—Los tenemos.

—¿Qué?

Miré a Michael, quién tenía el teléfono en sus manos.

—Está aquí. La tenemos.

Señaló algo en el GPS de su celular y pronto cambiamos el rumbo del vuelo.

—Gestión de activos ubicó el auto donde se marchó la niñera.

—¿Está registrado en cámara?

—No es la mejor toma, pero haré que la depuren. Tenemos algo grande. Con esto no hay manera que el juez se niegue a dar una sentencia justa.

Di unas cuantas palmadas en la rodilla del gobernador, sintiéndome muy agradecido.

—Jamás olvidaré esto, Michael.

—Con que sigas financiando mis campañas, es suficiente para mí. —Rio.

Decidimos bajar en el próximo helipuerto, para seguirlos de manera terrestre.

La comitiva de Michael ya la tenía rodeada y yo moría por ver los ojos de esa perra traidora.

Desde que toda esta pesadilla había iniciado, me maldije a mi mismo por escuchar a Ivette y no investigarla.

Si hubiese hecho valer mi
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