Así el tiempo transcurrió de la manera más cruel posible para mí. Pasaron cinco años en los que vi como mi hermana y mi esposo se iban enamorando lentamente el uno del otro, mientras yo era un espectro vacilante que oscilaba en los escondrijos de aquella mansión que alguna vez fue construida para mí como un templo de amor. Nunca pasó nada explícito entre ellos salvo besos robados en momentos vulnerables, situaciones que se pudieran excusar como la ebriedad o una situación mental inestable. De todos modos no importaba si habían relaciones sexuales o no, muchas veces el amor más fuerte es aquel que no se dice, no se le cuenta a nadie pero que aún así permanece intacto a través del tiempo.
Muchas veces, al observar aquel espectáculo deseé morir. Yo ya no tenía nada que hacer en ese mundo, era un cuerpo inerte y abandonado, como un mueble más en aquella casa. Todo el amor que Alexander alguna vez me juró se había diseminado con el tiempo, quizás se le había olvidado o quizás mi recuerdo