Manejé hacia el aeropuerto a toda velocidad. No esperaba esta reacción de Firenze. Estaba exponiendo a nuestro hijo a sus arrebatos por celos. Pero no debía dejar que mi enfado me dominara otra vez. Después de todo, ella aún estaba sensible por los cambios de la maternidad.
Cuando llegué, la encontré en la sala de espera. Noah dormía en la carriola mientras ella lo mecía en modo automático.
—Fire, ¿qué pasó? Casi me vuelvo loco buscándolos.
No me miró.
—Fire, ¿vas a seguir sin hablarme?
—Mi identificación… la perdí. No pude embarcar.
—Vamos a casa, luego resolvemos eso.
—¿Para qué, Tony? Para complicarte la vida. Noah y yo nos iremos. No te molestaremos más. Puedes seguir llevando tu vida de soltero con la mujer del labial y el perfume barato.
—¿De qué hablas? Por favor, vamos a casa. Ya está haciendo frío y Noah se puede enfermar.
Me senté a su lado y la abracé.
—No puedo vivir sin ustedes. No sabes cuánto me preocupé al no verlos. No me hagas esto de nuevo, por favor. Podemos resolv