El ambiente entre Firenze y yo llevaba semanas siendo inusual. Mi estrategia de calmar su incomodidad pidiéndole paciencia y tiempo no estaba funcionando. Su mirada profesional delataba una frustración que comenzaba a interferir en el trabajo. Aquella tarde, Firenze decidió romper el silencio.
—Anthony, me gustaría hablar contigo —dijo, cruzando las piernas mientras ajustaba su postura en la silla. Su tono era firme, pero sus ojos reflejaban algo más: cansancio, tal vez decepción.
Dejé a un lado los documentos que tenía en las manos, preparándome para escuchar.
—Seré directa, por la confianza que tenemos. Este nuevo vínculo laboral… no está funcionando como esperaba.
Su comentario era más que una queja. Había determinación en su voz, como si ya hubiese reflexionado mucho antes de enfrentarse a mí.
—¿A qué te refieres exactamente? —pregunté, manteniendo un tono neutral, aunque la inquietud comenzaba a instalarse en mi pecho.
—No estoy viendo los avances que necesito en mis proyectos. V