Tras casi dos meses de viaje, finalmente llegaron a una aldea de pescadores, cercana a la costa y muy lejos del bosque, Eleanor pensó que era el lugar ideal y donde sería más difícil que las encontraran.
La historia que contaron al resto de personas era que eran hermanas y que debido a las guerras habían perdido a sus esposos y a toda su familia, nadie les cuestionó nada, ya que era de lo más común, inclusive cuando Eleanor intercambió sus pocas joyas por una pequeña y vieja cabaña donde pudieran vivir, todos parecieron ignorarlo.
—¿Por qué no entras para desayunar, Eleanor? — le preguntó Cordelia desde la ventana, mientras la joven recogía algunas ramas para avivar el fuego del fogón.
Eleanor asintió y volvió entre sus pasos dentro de la cabaña, miró a su alrededor, el lugar era pequeño pero acogedor, tenía una cocina y una sola habitación, sin embargo, estaba satisfecha por lo mucho que habían avanzado en los arreglos de su nuevo hogar, aunque las paredes estaban llenas de salitre y