—¿Vienes a cenar esta noche? Yo cocino —dijo Marisela.
—No, apenas saliste del hospital hoy, ayer por la mañana aún te estaban poniendo suero nutritivo. Tengo miedo de que te desmayes en la cocina —se apresuró a decir Celeste.
—Entonces te invito a comer, vamos a un restaurante —dijo Marisela.
Celeste no se negó, y acordaron la hora.
Llegaron hasta afuera del complejo residencial Los Jardines de Luna, se bajaron del auto, y cinco guardaespaldas bajaron para acompañarlas hasta la entrada.
—Gracias por su trabajo, díganle al abuelo Eduardo que llegué bien —Marisela sonrió a los guardaespaldas.
Los guardaespaldas asintieron, esperaron hasta que ambas entraran completamente al complejo, y luego se dieron vuelta para irse.
Celeste se sentó un rato en casa de Marisela, tomó una taza de té, y luego se preparó para regresar a la empresa.
—Te hice perder tiempo, te acompaño —dijo Marisela.
—¿Qué tiempo perdido? Voy a trabajar solo para matar el tiempo, si no quiero ir, no voy, nadie me lo impid