Le vino una idea, si no era ahora cuándo más iba a acusar.
—Eduardo... —Celeste se detuvo, se volteó a mirar al anciano en la cama de hospital, con voz lastimera.
—¿Después puedo venir a ver a Marisela todos los días? ¿Puedo quedarme un rato más cada vez para hacerle compañía?
Eduardo sin dudarlo dijo:
—Por supuesto, puedes venir cuando quieras, quedarte el tiempo que desees, nadie te va a detener.
Celeste no respondió, solo se volteó a mirar al "guardián de cara negra" en la puerta.
Eduardo también miró hacia allá e inmediatamente entendió lo que quería decir la chica.
—Lorenzo, ¿qué te pasa? ¿Estás impidiendo que Celeste venga a ver a Marisela? —Eduardo preguntó con el rostro serio.
Lorenzo, quien había sido señalado:
—...No lo hice.
Miró fijamente a esa mujer calculadora y respondió rechinando los dientes.
—Ayer incluso mandaste a los guardaespaldas a echarme, hoy que vine, todavía dijiste que era como una mosca que persigue de cerca.
Celeste se quejó, su voz sonaba lastimada y last