—¿Quién necesita tu bienvenida? Eduardo acaba de decir que puedo quedarme el tiempo que se me dé la gana... —respondió Celeste con aire triunfante.
Lorenzo cerró los puños con fuerza, fulminando con la mirada la espalda de esa mujer que empujaba la puerta para entrar, tan furioso que le iba a dar un infarto.
Dentro del cuarto.
Una vez adentro, Celeste aminoró el paso. Hoy se había puesto zapatos sin tacón a propósito, evitando los tacones altos para no hacer ruido y despertar a Marisela.
Se sentó junto a la cama, contemplando el rostro pálido de la chica. Con el corazón encogido, suspiró y le acomodó suavemente los mechones de cabello que le caían sobre la frente.
Marisela había pasado por tanto sufrimiento, soportando humillaciones y desprecios durante esos dos años con Lorenzo.
Cuando por fin había logrado divorciarse, tuvo que enfrentar dos secuestros, y esta vez incluso la habían drogado con algo tan potente.
Después de contemplar a su amiga por un momento, Celeste se incorporó. Pe