Fue a pagar la cuenta y al mismo tiempo pidió un conductor designado por el teléfono.
En la acera, Ulises no subió al auto inmediatamente, sino que abrió la puerta trasera y esperó a que las dos señoritas subieran primero.
—¿Cuánto bebieron? ¿Tienen ganas de vomitar? ¿Hago que el conductor compre algún medicamento para la resaca? —dijo Ulises mirando hacia el interior del auto.
Su hermana podía beber, así que en realidad estaba dirigiendo estas palabras a Marisela, porque había visto muchas botellas de cerveza en la mesa, además de licor blanco.
—Ulises, ¿hoy se te despertó la conciencia? No solo viniste a recogerme personalmente, sino que además te preocupas tanto por mí —dijo Celeste.
Ulises: ...
—No bebí mucho, ¿no ves que aún no estoy mareada? Bueno, vámonos —siguió diciendo Celeste riéndose sola.
Ulises miró una vez a la chica que permanecía callada y silenciosa. Aparte de tener la cara un poco roja, no notó nada más, así que cerró la puerta del auto.
Fue al asiento del copiloto,