El auto iba más lento de lo habitual, naturalmente el tiempo de viaje también se extendió en un tercio.
Marisela sintió la brisa cálida, aspiró el aroma del pañuelo, su estómago se tranquilizó, y gradualmente sus párpados se volvieron pesados.
En su mente pensaba que no podía dormirse, que en un rato tendría que bajar del auto, pero no podía controlarlo, gradualmente perdió la conciencia.
Llegaron al complejo residencial Ciudad del Sol, el auto se detuvo. Ulises no escuchó el sonido de alguien abriendo la puerta, así que giró la cabeza para mirar.
Muy bien, una tras otra borrachas, todas dormidas.
—Señor, yo llevaré a la señorita Undurraga arriba —dijo el conductor.
—No es necesario, espera aquí —dijo Ulises, mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y abría la puerta.
Rodeó hacia la parte trasera y abrió la puerta trasera. Viendo a la chica medio recostada, aún sosteniendo su pañuelo en la mano, se inclinó y la cargó.
Qué liviana...
Esa fue su primera sensación, como si hubier