Celeste estaba furiosa. ¿Acaso la tomaba por tonta?
Al principio, no le dio importancia a los rumores sobre Lorenzo y Sandra, pero al ver el beso marcado en su camisa, se sintió profundamente decepcionada.
Lorenzo la sujetó firmemente contra su pecho, observando detenidamente el color de su labial. Al notar que no coincidía con el de la mancha en su camisa, frunció el ceño, algo molesto por la situación.
—Escúchame, por favor, déjame explicarte, ¿sí?
—¡No quiero escucharte! —Celeste replicó con voz cortante, sintiéndose asqueada al imaginarlo coqueteando con otra mujer mientras jugaba con ella.
Ella intentó liberarse de su agarre, pero Lorenzo la levantó y la llevó de nuevo al sofá. La colocó entre sus piernas, sujetándole las muñecas con firmeza.
Ahora, atrapada en esa posición, Celeste solo podía mirarlo con los ojos llenos de enojo.
Incluso cuando estaba enojada, había algo en ella que lo atraía aún más. La furia que sentía se desvanecía rápidamente, sustituida por el deseo de calma