Celeste giró la cabeza para mirar hacia fuera de la oficina.
En el pasillo, Lorenzo estaba recargado en la pared, con la cabeza ligeramente inclinada, frunciendo el ceño mientras fumaba. Su apuesto rostro estaba envuelto en una delgada capa de humo, lo que le daba un aire más misterioso a su actitud fría. La luz del sol iluminaba su esbelta figura, confiriéndole un halo luminoso.
Como si sintiera su mirada, Lorenzo levantó repentinamente la vista y la miró. Sus miradas se encontraron a través del espacio.
La mirada de Lorenzo se ensombreció un poco, haciendo que el corazón de Celeste temblara un poco. Ella desvió de inmediato la mirada por instinto.
Miró al médico y le dijo:
—Vine para recibir terapia psicológica, no para que usted analice mi interior. Mejor comencemos con el tratamiento.
El médico no se enojó, sino que le sonrió:
—Muy bien, pues empecemos ahora. Señorita, rara vez recuerda a tu madre, ¿verdad?
Celeste se sorprendió, y asintió levemente:
—Sí.
—Perdió a su madre siend