Celeste se asustó un poco por la voz llena de frialdad y finalmente se dio cuenta de que todavía tenía agarrado el brazo de Lorenzo. Rápidamente lo soltó y se disculpó en voz baja, con la cabeza agachada:
—Perdóneme, señor Vargas... No fue mi intención irrumpir así. Lamento mucho las molestias causadas. Me voy ahora mismo.
Después de decir eso, Celeste se levantó y se dispuso a irse.
Sin embargo, el rostro del hombre se ensombreció aún más. ¿Acaso ella solo lo necesitaba cuando quería algo y luego lo ignoraba con una simple disculpa y se marchaba sin mirar atrás? ¿Era tan fácil ofenderlo?
El hombre entrecerró los ojos y luego le dijo fríamente:
—¿No viniste a acompañarme?
Celeste se detuvo, sin entender a qué se refería. Lorenzo la miró a los ojos, que eran limpios e inocentes, y le hizo una pregunta bastante ofensiva:
—¿O has venido a vender tu cuerpo de nuevo?
Las palabras del hombre hicieron que Celeste se sintió un tanto incómoda. Le respondió:
—No, estaba trabajando. El hombre me