Primera cita. 4

La hierba blanca que había tomado para calmar sus demonios perdió su efecto en ese instante, dejando al descubierto todas sus heridas, visibles e invisibles, Aileen levantó los ojos y encontró en la mirada de Leo un refugio donde podía, por primera vez en mucho tiempo, sentirse a salvo.

— Gracias por quedarte. — murmuró, con la voz quebrada.

Leo sintió cómo el aire dentro del auto comenzó a cambiar, como si una brisa invisible hubiera entrado por alguna rendija, el dulce aroma a galletas y miel que siempre impregnaba el interior se fue disipando poco a poco, dando paso a un perfume diferente, más profundo y etéreo; hierbas frescas, flores blancas silvestres, un olor que parecía traer consigo secretos del bosque y antiguas promesas.

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