Marina
Sus dedos maravillosos que me estaban volviendo loca se pararon justo encima de mi clítoris y a duras penas entre gemidos pude bajar mi cabeza hasta parar a la altura de sus ojos. Allí estábamos mirándonos fijamente a los ojos, perdiéndome en la pasión de ese par de ojos marrones. Justo cuando inició la tortura con sus dedos empezó a mirarme con ojos juguetones y notaba más y más como se agrandaba su paquete. ¡Dios! ¿Qué estaba haciendo ahí en público? Cualquiera podría vernos, deducir por lo acaramelados que estábamos, lo que sin duda estaba pasando por debajo del agua…
—Dime ¿Quieres que pare?— preguntó Pablo con voz entrecortada.
—No, no pares…— aceleró con mis palabras su movimiento en mi centro y sin decir nada más se aventuró con su lengua lamiendo por el lateral de mi cuello hasta llegar a mi oreja y regalarme pequeños mordiscos por toda la oreja.
¿Cuánto tiempo hace que nadie me tocaba así? ¿Qué nadie me deseaba de esa manera como para perder la cabeza en público? Sin