La lluvia golpeaba con insistencia los ventanales de la mansión Volkov. La noche se vestía de sombras largas, como si supiera que algo prohibido estaba por suceder entre esas paredes. Leonard se escabulló entre los jardines, con su abrigo empapado, y el corazón en llamas.
No podía más.
Desde que lo habían echado de la casa, desde que lo habían amenazado y habían encerrado a Anya, no había dormido una noche entera. Su alma lo llevaba de regreso a ella, como si su cuerpo supiera que solo en su cercanía podía respirar otra vez.
Forzó la puerta trasera, la que conocía desde niño. Cada rincón de esa mansión era parte de su historia… y de su desgracia.
Subió las escaleras en silencio. El pasillo estaba oscuro, pero no necesitaba luz para saber dónde estaba ella. Su habitación. La misma desde que era niña. Desde que ella llegó a su mundo y lo cambió todo. Apoyó la mano en la puerta cerrada. Dudó un segundo. Pero su pecho ardía.
—Anya —susurró, apenas un aliento.
Desde dentro, ella lo escuchó