Anya regresó sola del balcón. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Lilia la tomara del brazo y la arrastrara al baño más cercano, cerrando la puerta tras ellas.
—¡Dios mío, Anya! —exclamó, con el ceño fruncido mientras la examinaba con la mirada de una hermana preocupada—. ¿Qué demonios pasó?
Anya parpadeó, aun recuperándose de la intensidad del momento con Alessandro. Su labio estaba corrido, su respiración aún era errática, y su vestido, aunque no estaba completamente desarreglado, tenía signos de que había estado en una situación comprometedora.
Lilia no esperó una respuesta.
—Dime que no te puso un dedo encima —dijo con furia, sus ojos verdes brillaron con rabia—. Porque si lo hizo, te juro que yo misma lo despellejaré con mis uñas.
Anya parpadeó ante la ferocidad de Lilia. No pudo evitar soltar una pequeña risa nerviosa, Alessandro era tan improbable como un ratón enfrentando a un lobo. Pero el gesto de protección le calentó el pecho.
—No hizo nada que yo no pudiera manej