Las horas parecieron dilatarse en un silencio pesado y angustiante. La sala de espera del hospital se convirtió en un purgatorio para Laura, quien permanecía allí, aferrada a la esperanza y al dolor, sin poder apartar la vista de la puerta del quirófano. La luz de neón parpadeaba, reflejando en su rostro pálido y en sus ojos rojos, hinchados por las lágrimas y el insomnio. La lluvia seguía golpeando las ventanas, como si el cielo también compartiera su tristeza.
Desde que la ambulancia había llegado con Alex, la noche había sido una lucha constante contra la incertidumbre. Los médicos y cirujanos habían trabajado sin descanso desde hace horas, intentando salvarle la vida.
La tensión en el hospital era insostenible; cada minuto que pasaba parecía un peso en el corazón de Laura. Los murmullos de los enfermeros y la constante llegada de médicos y técnicos llenaban el aire con un eco de esperanza y desesperación.
El reloj en la pared marcaba las 3:15 de la madrugada cuando, finalmente, un