“Él se llama Alex y es mi pareja déjenme estar con él”. Dice desesperadamente Laura
“como le estamos diciendo señorita déjenos trabajar”
El equipo de Los Laureles, que había seguido a Laura, también estaba en la calle, algunos con las manos sobre la boca, otros con lágrimas en los ojos. Marta y Carlos llegaron minutos después, sus rostros pálidos y sus cuerpos temblorosos. La celebración de Los Laureles había sido bruscamente interrumpida por una tragedia.
Los paramédicos trabajaban sin descanso sobre Alex. Uno de ellos le tomaba el pulso en el cuello mientras otro hablaba con el conductor del coche, que no paraba de repetir “Lo siento, lo siento tanto”. Los murmullos de la multitud se intensificaron.
Laura no podía soportar la visión de Alex en el suelo. Se arrodilló, las lágrimas cayendo libremente por su rostro. Sacó su propio teléfono con manos temblorosas. “¡Necesito ayuda! ¡Mi socio ha sido atropellado! ¡Necesita un hospital! ¡Por favor, que lo ayuden!”. Su voz era un hilo, apen