Mundo ficciónIniciar sesiónEl precio del paraíso. Parte 1
Alexia:
Tres semanas de luna de miel con un hombre joven y atractivo sería estar en el paraíso; pero con José, es estar en el mismo infierno. Por eso decido finalizar el viaje y volver a Brasil. Es mejor ponerme a trabajar y saber con certeza cuánto dinero tiene en su cuenta corriente.
Durante la estadía en Bora Bora tuve que inventar innumerables dolores de cabeza y fingir mi periodo para no tener que acostarme tan seguido con el viejo. Cuando las excusas se agotaron, recurrí a un método infalible: drogarlo y contratar a una prostituta que se hiciera pasar por mí. Por suerte, la luna de miel finalmente terminó. Aunque la pesadilla de convivir con él sigue latente, prefiero estar en otro ambiente, donde pueda manejar mejor la situación.
Su fastidiosa presencia me ha hecho querer sacar las garras; sin embargo, me he contenido por el simple hecho de saber que pronto veré los frutos de mis esfuerzos. No como en mi matrimonio anterior, donde el viejo no solo estaba rancio y desgastado, sino que su cuenta corriente también. Podría decir incluso que tenía más deudas que yo.
Aún recuerdo lo enojada que me puse con Remigio. Él, que debía ser mis ojos y oídos, se equivocó garrafalmente, condenándome a estar con un hombre asqueroso a cambio de nada. Lo más sorprendente de todo fue descubrir que el muy estúpido también quería embaucarme. Si Remigio no se hubiera dado cuenta a tiempo, me habría quitado lo poco y nada que poseía.Al llegar a Brasil, vamos directo a la mansión de José. Me siento impactante, porque, según mis datos, es una enorme edificación moderna. El solo hecho de pensar que pronto será solo mía me da fuerzas para seguir con esta farsa.
Una fila de empleados nos espera en la puerta principal, impecablemente uniformados. José me ofrece su mano y, con una sonrisa cargada de suficiencia, consciente de que sostiene un trofeo invaluable, me ayuda a descender del auto. Los observo con desdén desde arriba; expectantes, aguardaban conocer a la nueva esposa de su patrón, y ahora se ven como diminutos insectos, dispuestos a servirme como una reina para no ser aplastados.
—Les presento a la señora Alexia Do Santos —anuncia José—. Ella es mi bella esposa. Les exijo respeto, pues es la señora de la casa. Sus órdenes deben ser seguidas al pie de la letra.
La sonrisa con que algunos empleados me miran se desvanece de inmediato al notar que no soy lo que esperaban. Los observo con altanería, dejando clara mi superioridad.
Sin decir una palabra, entro en lo que será mi casa. Observo cada rincón mientras una empleada me sigue de cerca, y José se limita a rozar mis labios con un beso antes de dirigirse a su despacho.
—Estas cortinas son horribles, hay que cambiarlas de inmediato —murmuro, más para mí que para alguien más, mientras pienso en el pésimo gusto de la exesposa de José y en cómo, por fin, esta casa será decorada según mi criterio.
—Sí, señora —escucho detrás de mí.
Arrugo la frente y me giro hacia la chica que me sigue demasiado cerca. No lamento asustarla; debe acostumbrarse a mi carácter o quedarse sin empleo.
—¿Qué haces detrás de mí? —pregunto con fastidio—. ¡Quiero estar sola!
—Lo siento, señora. Solo estoy con usted por si solicita algo, así acostumbramos en esta casa —dice cabizbaja.
Imaginando las mañas de María Magdalena, decido que las cosas deben cambiar. Me gusta que me atiendan cuando lo necesito, pero también disfruto de mi espacio. En esta casa no quedará rastro del gusto de otra mujer.
—Desde ahora te quiero lejos de mí, ¿entendido? —con el rostro lleno de miedo, asiente rápidamente—. Pero debes estar pendiente cuando te necesite. No me gusta que me hagan esperar. Estaré evaluando qué empleados son necesarios y cuáles no. ¡Y ahora cambia esas porquerías que ya me dieron dolor de cabeza! —ordeno, refiriéndome a las cortinas del salón.







