La prueba de fuego

El reloj marcaba las 9:00 a.m. cuando Emma llegó a la oficina, completamente decidida a mantener su distancia de Sebastián. La noche anterior había sido un torbellino de pensamientos encontrados, pero su resolución era firme. Ya no se dejaría manipular por las promesas vacías de un hombre acostumbrado a salirse con la suya. Hoy, más que nunca, debía centrarse en su trabajo y no permitir que las emociones nublaran su juicio.

Al entrar en el edificio de vidrio y acero, Emma sintió el peso de la mirada de cada empleado. Había algo diferente en el aire, una tensión palpable que no podía ignorar. Nadie se atrevió a mirarla directamente a los ojos, pero algunos murmuraban entre ellos, tal vez conscientes de la lucha interna que enfrentaba. Sabían que Sebastián Alarcón era una figura imponente, un hombre que dominaba todos los aspectos de su vida y de la empresa. Nadie se atrevía a desafiarlo, y menos una joven como Emma.

Emma se dirigió a su escritorio, enfocándose en el trabajo que tenía pendiente, pero el silencio en la oficina era pesado. Sebastián no había llegado aún, y la espera le daba tiempo para reflexionar. La propuesta que él le había hecho el día anterior seguía resonando en su mente. ¿Debería darle una oportunidad? ¿Debería poner sus sentimientos en manos de un hombre que había jugado con ella desde el principio?

No. Emma se recordó a sí misma que no debía permitir que su corazón tomara las riendas. Su orgullo estaba herido, y ella no iba a ser otra más que cayera en sus trampas.

Cuando Sebastián finalmente entró en la oficina, el impacto fue inmediato. Su presencia llena de poder se extendió por la habitación, y todos los ojos se dirigieron hacia él, como si fuera un rey que acababa de llegar a su castillo. Él llevaba un traje oscuro, impecable, que acentuaba su figura esculpida, y su mirada, más intensa que nunca, recorrió la oficina. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Emma, un destello de algo diferente brilló en ellos: no era la mirada desafiante y calculadora de siempre, sino algo más suave, más vulnerable.

"Emma," dijo Sebastián, su voz profunda y calmada, casi en un susurro, como si intentara que solo ella lo escuchara.

Ella levantó la mirada de su escritorio, sin mostrar una sola emoción en su rostro. "Buenos días, Sebastián."

No hubo más palabras. Sebastián caminó hacia su oficina, donde se detuvo a hablar con uno de sus asistentes. Emma aprovechó el momento para concentrarse en su trabajo. Había algo dentro de ella que quería gritar, que quería ir a su oficina y enfrentarlo, pero la otra parte sabía que cualquier movimiento apresurado sería un error.

Poco después, Sebastián la llamó desde su oficina. "Emma, necesito que vengas."

Sin dudar, ella se levantó de su asiento y caminó hacia su despacho. El pasillo que conducía allí parecía interminable. Su respiración se aceleraba, pero no podía permitir que él viera su incertidumbre. Al llegar, Sebastián estaba de pie, mirando por la ventana, la ciudad desplegada frente a él. El sol iluminaba su figura, haciéndolo parecer aún más imponente.

"Cierra la puerta," ordenó él, sin volverse hacia ella.

Emma lo hizo, y cuando giró sobre sus talones, Sebastián finalmente la miró. No era la mirada de un hombre arrogante, sino una mirada que transmitía algo que ella no había esperado: sinceridad.

"Lo que te dije ayer... quiero que sepas que no estaba jugando," comenzó, su voz más suave de lo que Emma esperaba. "Sé que no he sido justo contigo, y lo lamento. Mi comportamiento fue una estupidez. Pero quiero mostrarte que puedo ser alguien diferente."

Emma lo miró fijamente, sus brazos cruzados sobre su pecho. "¿De verdad esperas que te crea después de todo lo que has hecho? Sebastián, no soy una tonta. Me mentiste, me manipulaste. ¿Y ahora esperas que de un giro a mi vida solo porque lo dices?"

El silencio se alargó entre ellos, pero Sebastián no apartó la mirada. Sabía que sus palabras eran duras, pero no podía evitar sentir que en ese momento, él estaba siendo genuino.

"Lo sé," dijo él, con una seriedad que rara vez mostraba. "Sé que no tienes razones para confiar en mí. Y lo entiendo. Pero no te estoy pidiendo que me perdones de inmediato. Solo te pido que me des la oportunidad de demostrarte que no soy el hombre que conociste al principio."

Emma vaciló. Sabía que Sebastián era un hombre de muchas facetas, pero también sabía que él tenía un poder sobre ella que no entendía completamente. ¿Estaba dispuesta a arriesgar su corazón una vez más? ¿A permitir que él la transformara en un peón en su juego?

"¿Y cómo se supone que vas a demostrarme eso?" preguntó ella, sin ocultar su desconfianza.

Él dio un paso hacia ella, su mirada fija en sus ojos. "Voy a dejar de jugar contigo. Voy a mostrarte que lo que siento por ti no es parte de una apuesta. ¿Qué me dices, Emma? ¿Nos damos una oportunidad para empezar de nuevo?"

El corazón de Emma latió con fuerza. Estaba tentada, pero no podía dejar que sus emociones la dominaran. No podía arriesgarse a que su orgullo fuera destruido otra vez.

"Lo que quiero es que me respetes. Si en verdad quieres demostrarme algo, entonces demuéstrame que eres capaz de poner tus acciones por delante de tus palabras," dijo, su voz firme.

Sebastián asintió, una leve sonrisa apareciendo en su rostro, aunque con un tinte de tristeza. "Eso puedo hacerlo. Y haré lo que sea necesario para que lo veas."

Emma lo observó con cautela. No podía negar que había algo en su mirada, algo que la descolocaba, pero aún no estaba lista para ceder. "Bien, entonces empieza por eso. Porque por ahora, no creo ni una palabra de lo que dices."

Sebastián la observó en silencio, como si esas palabras le pesaran más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. "Lo haré. Te lo prometo."

Con esas palabras, la tensión entre ellos parecía disolverse ligeramente, pero la batalla interna de Emma apenas comenzaba. El desafío había sido lanzado, y, por primera vez, ella no sabía si era la mujer que él realmente quería o simplemente una más en su lista de conquistas.

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