La semana siguiente transcurrió en un frenesí de trabajo. La tensión que había surgido entre Sebastián y Emma no desapareció por completo, pero ambos parecían haber llegado a un acuerdo tácito: seguirían adelante como si nada hubiera cambiado, aunque todos sabían que, en el fondo, todo había cambiado. Ya no se trataba solo de negocios, ni siquiera de una simple relación profesional; algo más profundo había comenzado a gestarse entre ellos, algo que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
Sebastián intentaba concentrarse en los problemas de la empresa, pero su mente se desvió constantemente hacia Emma. Había momentos en que se encontraba observándola desde su escritorio, viéndola trabajar con su enfoque implacable, la forma en que su cabello caía sobre su hombro mientras pasaba las páginas de los documentos o tecleaba con rapidez en su computadora. Había algo en ella que lo atraía, pero también lo desconcertaba. No era una mujer fácil de descifrar, algo que él no estaba acostumbrado. Su